EL LIBERALISMO Y LA REVOLUCIÓN

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por Luis de Luna

Con gusto acepté realizar una reflexión sobre la Revolución Mexicana, ya que si bien es verdad que las referencias abundan, también es necesario remarcar que este predominio del tema no necesariamente implica una variedad de enfoques, que fortalezcan nuestra conciencia crítica sobre el suceso.

A mi parecer lo que necesitamos hacer para encontrarnos con él, de una manera más útil, es analizarlo a través de los intereses de clase de cada uno de los grupos participantes.

México, a partir de su independencia, ingresó al mundo como un país que respetaba los principios de vanguardia de esos tiempos: “el liberalismo”, que es la herramienta ideológica del “capitalismo”, ya que esta doctrina política y económica, contraria a la existente en la colonia, defiende: la libertad individual; promueve un estado con poca participación en la vida económica; establece la separación de poderes en tres niveles; instituye la propiedad privada como algo inherente al hombre; propicia la libertad de cultos, impulsa la educación laica, así como la democracia, entre otras cosas.

En el periodo conocido como la Reforma, estos elementos se consolidan en el país provocando que a finales del siglo XIX, se alcance el desarrollo económico que esto impulsa, siendo el porfiriato su máxima expresión.

Pero como todos sabemos, la dinámica del desarrollo implica nuevas exigencias, aún en el mismo sistema, por lo que a finales de este período aparecen confrontaciones entre dos visiones de crecimiento. El que integraban los Hacendados, cuyas formas de producción eran ya poco productivas, porque se sustentaban en la concentración e inmovilidad de los campesinos, que vivían en condiciones deplorables y, por otro lado, Los Modernos Empresarios, un segmento de esa clase dominante, con nueva tendencia de explotación, más dinámica y rentable. Se agrupaban en actividades de vanguardia como: la luz eléctrica, el ferrocarril, el tranvía, el petróleo, etc., que demandaban mano de obra libre.

Como podemos suponer, en esta contradicción, las necesidades de mano de obra de estos empresarios eran muchas y aunque la actividad representaba mejores condiciones para los trabajadores, estas, no buscaban su bienestar, sino por el contrario, constituían para los proletarios, nuevas formas de explotación.

Ahora bien, si estamos hablando del movimiento revolucionario de 1910, veamos en este contexto que representó.

Recordemos que Porfirio Díaz llevaba más de 30 años en el poder y había logrado con su política de paz y progreso, estabilizar al país, haciéndolo atractivo para la inversión extranjera.

Aun así, algunos sectores de la clase dominante empezaron a demandar mayor participación en los espacios políticos, que estaban monopolizados por una camarilla. Francisco I Madero, abiertamente decide participar formando clubes políticos, apoyando a grupos de obreros anarquistas y haciendo suyas demandas populares, lo que provocó elevar su imagen por todo el país, arrancando en la población una aspiración de cambio, que lo llevó al poder.

Es claro que con el triunfo de Madero las condiciones de vida para la población trabajadora no iban a cambiar, pues estaban sustentadas en los mismos principios que en el porfiriato: la misma camarilla gobernante con otros nombres, las mismas condiciones sociales, en fin, figuras que propician la misma explotación y desigualdad.

Es verdad que el movimiento obrero en México en esos tiempos era incipiente, razón por la cual, su participación no se convirtió en determinante, lo que hubiera significado un viraje en la lucha revolucionaria. Por su parte el campesinado, clase mayoritaria en el país que tuvo intensa participación en el movimiento, carecía de herramientas ideológicas revolucionarias modernas que se lo permitieran. Por ello, fue traicionado y marginado siendo utilizado como simple carne de cañón por los mezquinos intereses dominantes. Sus demandas de Tierra y Libertad, no constituían la propuesta necesaria para empoderar a la gran masa de desposeídos del país.

Los grandes líderes populares como Villa y Zapata, que constituyeron un bastión popular en la segunda etapa del movimiento, fueron derrotados por esos intereses capitalistas modernos. Es también verdadero que los trabajadores al concluir el movimiento, alcanzaron algunos triunfos como clase: el derecho a organizarse y a la huelga, la educación gratuita, la seguridad social, etc., que demostraba que como clase empezaban a tomar fuerza.

La corriente ganadora del movimiento representada por Carranza, Obregón, etc., sirvió sumisamente a los intereses de esa clase, la burguesa, que volvió a hundir a los trabajadores en la injusticia. Por eso, podemos concluir que mientras estén vigentes en nuestra sociedad los principios filosóficos del “capitalismo o liberalismo”, las posibilidades de encontrar justicia social son nulas.

Conviene entonces aclarar, ¿la revolución mexicana nos puede servir de base para comprender lo que hoy nos pasa?, debemos decir que ¡claro que sí! pero para ello únicamente, debemos no perder de vista los intereses de clase que participaron en ella y, posteriormente, si nuestra actitud es buscar el cambio profundo en México, habrá que hacer a un lado esos principios liberales y pensar en construir una nueva visión, más acorde a nuestros intereses y tiempo.

 

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