DEMOCRACIA DE CLASE: DEMOCRACIA BURGUESA

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por Raúl Reyes Hernández

La democracia, definida como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y, asociada al término de República­, resulta en una forma de gobierno en la que la ciudadanía ejerce responsablemente el poder político a través de representantes li­bremente elegidos y, a su vez, pode­mos entenderla como una forma de gobierno más avanzada en contraste con la monarquía y la aristocracia, la primera, que respaldaba su gobierno hereditario con un origen divino, y la segunda, que se trataba del gobierno de unos pocos.

Aceptada por millones de personas en el mundo entero como el ré­gimen político ideal, se le adorna a la República con una variedad de adjetivos que refuerzan esa idea y que dan la impresión de que las fallas o contradicciones que se dejan ver en su desarrollo son producto de otros factores que se encuentran fuera del control de los ciudadanos.

Pero valdría la pena saber un poco más acerca del modo de funcionamiento de esta forma de gobierno:

Históricamente, nos podemos en­contrar con el ejercicio de la democra­cia en la Grecia antigua, por ejemplo, en Atenas alrededor del 500 a. C. don­de en asamblea participaban solamente los hombres libres, que representaban aproximadamente al 25% de la pobla­ción, pues al tratarse de una sociedad esclavista quedaban excluidas las mujeres, los extranjeros y los esclavos.

Después de transitar por la sociedad esclavista y, a lo largo de la Edad Me­dia, en donde las monarquías caracteri­zaron a la sociedad feudal (periodo al que conocemos como oscurantismo) en donde la superstición y el conser­vadurismo con la religión católica al frente, frenaron deliberadamente la difusión del conocimiento en todos sus ámbitos, después de aproximada­mente mil años al fin llegó el mo­mento en que, a partir del mercantilismo, se van debilitando las fuerzas feudales de producción.

Surge una nueva clase social económicamente poderosa que, en medida que los terratenientes feuda­les van en declive, esta nueva clase social, la burguesía, asciende. Bur­gueses y terratenientes son la misma expresión de la clase explotadora, una de la naciente sociedad capitalis­ta y, la otra, de la sociedad feudal a punto de desaparecer.

El movimiento intelectual y artís­tico renacentista empezó a eclipsar el poder de la iglesia, y con la revolu­ción francesa de 1789, se inicia el proceso de decadencia de las monar­quías para dar paso, entonces, a las repúblicas burguesas.

La burguesía, para triunfar en su lucha contra el feudalismo y dar paso al desarrollo capitalista, necesitó del apoyo de las masas, entonces se vio obligada a abolir todos los privilegios estamentales y prometer libertad, igualdad y fraternidad. De esta promesa de la burguesía, las masas des­poseídas obtuvieron muy poco, pues la forma de la nueva sociedad capitalista no se dio de la noche a la maña­na y, para que triunfaran las nuevas repúblicas democrático­burguesas, tuvo que pasar más de un siglo.

Mientras tanto, cuando dichas repúblicas burguesas tenían oportunidad de avanzar, consolidaban el poderío capita­lista y, a su vez, por su propia dinámica de producción de mercancías, con­vertían a las masas desposeídas en la nueva clase proletaria de la cual solo les interesaba la explotación de su fuerza de trabajo, pero en contraste con la explo­tación esclavista y feudal y, ahora bajo un régimen democrático, lo hace a través del contrato libre de la compra de su fuerza de trabajo.

Con la democracia burguesa, los capitalistas tuvieron bastante tiempo para ir perfeccionando sus métodos de subordinación de la clase trabajadora utilizando a ésta misma, pues la nueva democracia, que pregona la libertad y la igualdad jurídica, coloca aparente­mente a ambas clases en el mismo ta­blero de juego, dotadas incluso de los mismos derechos humanos, para que participen en un mercado abierto.
La clara desventaja de los proletarios en este juego es que solamente pueden participar en el mercado del trabajo con una única mercancía para vender: su fuerza de trabajo.

A título de igualdad de la persona humana en general, la democracia burguesa proclama la igualdad formal o jurídica entre el propietario y el proletario, entre el explotador y el explotado, llevando así al mayor en­gaño a las clases oprimidas.

Todas las revoluciones burguesas llevadas a cabo en Europa, desde me­diados del siglo XVIII hasta el siglo XIX, sirvieron para perfeccionar la maquinaria estatal, de tal forma que la república burguesa es la mejor y más segura forma que tienen los capitalis­tas para gobernar, de ejercer el poder; la que le permite ejercer de mejor ma­nera el control de la sociedad.

En estas repúblicas burguesas los gobernantes eran electos por el voto ciudadano, que en un principio fue cencitario, es decir, únicamente vota­ban los hombres de negocios, indus­triales, banqueros, comerciantes, quedando excluido de este derecho el pueblo. Durante la Revolución Indus­trial, el movimiento cartista (1836 -­ 1848) fue el preámbulo de la lucha del pueblo trabajador en la obtención del sufragio universal. Pero no fue sencillo, una vez que se obtuvo el su­fragio masculino se luchó por que este derecho incluyera a las mujeres.

Muestra de cómo el esquema bur­gués respondía a intereses de clase fueron las trabas que, durante déca­das, impuso para retrasar el ejercicio del sufragio universal como derecho, por ejemplo, en 1776 en Nueva Jersey se autorizó accidentalmente el primer sufragio femenino (se usó la palabra ­personas­ en vez de ­hombres­), pero se abolió en 1807.

En 1869 el estado norteamericano de Wyoming instauró el sufragio igual (sin diferencias de género) aunque no el sufragio universal pues aún no podían votar hombres ni mujeres de piel oscura. Posteriormente el siglo XX entre crisis y guerras, producto de las contradicciones del sistema económico capitalista, vio cómo la mayoría de países admitieron el su­fragio universal.

Las repúblicas democráticas burguesas son la mejor forma para que la clase capit­alista ejerza, de manera más segura, su poder, aunque sea de manera indirecta.

El hecho de elegir, todos, medi­ante elecciones cada tres o seis años a un cuerpo burocrático para encargarse de los asuntos públicos, facilita a los capitalistas para que, mediante la manipulación, el sutil convencimi­ento o la franca y abierta corrupción de dichos funcionarios, puedan hacerse de serviles administradores burócratas con el fin de legitimar sus negocios, elaborando, modificando o aprobando mecanismos legales y fin­ancieros hechos a la medida.

Bastantes gobiernos “democráticos” han demostrado lo anterior y es tan común que las personas asocien la práctica política de sus gobernantes, elegidos democráticamente, con la corrupción en primer lugar, y de ahí en adelante, con todos los aspectos negativos que desvirtuan su sociedad, pero poco se reflexiona al respecto.

¿Qué tenemos cuando un organ­ismo internacional dicta las políticas que uno u otro gobierno debe seguir? ¿Qué tenemos cuando una empresa transnacional se aprovecha legal­mente de los recursos de un país? ¿Cómo se le llama a la forma de gobierno que permite que su pobla­ción se divida en unos pocos que acu­mulan riquezas casi incuantificables y, por otro lado, millones y millones que con su trabajo generan la riqueza de los primeros, pero viviendo hasta en la pobreza más extrema…? ¿Eso es democracia, se ejerce la soberanía?

¿La democracia burguesa realmente privilegia la libertad, la igualdad y los derechos humanos?

En pleno siglo XXI, ¿qué puede estar funcionando mal en la actual economía capitalista, bajo un gobierno de república democrático­burguesa si, por ejemplo, no se puede garantizar el pleno empleo? ¿entonces para qué sirven los derechos humanos cuando dicen que el ser humano tiene derecho al trabajo?

Preguntas como éstas surgen con mayor frecuencia, pero desvían nuestra atención de lo realmente cuestionable, pues desde luego que los derechos humanos sirven y han sido un aporte invaluable de la burguesía en su fase revolucionaria, así como lo ha sido el desarrollo del conocimiento, la ciencia, la técnica, etc., a partir del capitalismo.

Cuestionarnos acerca de la ver­dadera función de la democracia que nos rige, pero además, de saber real­mente a qué intereses representa, nos llevará inevitablemente a reflexionar sobre cuál será nuestro papel y cuáles los pasos a seguir en este inevitable proceso de transformación de la so­ciedad.

No olvidemos que las repúblicas democráticas actuales se gestaron me­diante periodos de dictadura, es decir, conquistaron el poder político y aplas­taron por la fuerza la resistencia más desesperada y violenta que siempre han opuesto los explotadores. Así fue cuando se tuvo que terminar con la opresión de esclavistas, de señores feu­dales, de reyes y de sus intentos de res­tauración. Toca el turno de terminar con la opresión de los capitalistas, de los burgueses y para eso tendremos que hablar, objetivamente, de la dicta­dura del proletariado.

 

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